Testimonio, 1963

Manuel MILLARES (Las Palmas de Gran Canaria, 1921 - Madrid, 1972)
- Técnica mixta sobre arpillera -
89 x 116 cm

La obra de Manolo Millares ha sobrevivido a su creador y ha seguido creciendo, como demostraron las exposiciones celebradas en el vigésimo aniversario de su muerte. Millares nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1926. Hasta 1954 aproximadamente, en su "etapa del lirismo simbólico-mágico", pintaba unas pictografías inspiradas en Klee y Miró y en las pintaderas guanches. En 1955 se establece en Madrid y comienza su período matérico-expresionista, que según el propio artista representa "el testimonio vital de una realidad descarnada e hiriente que se expresa por el empleo de ciertas materias no dignificadas". Materias como la arpillera, la arena, la cerámica o la madera. Hacia 1957, cuando el artista participa en la fundación del grupo El Paso, la arpillera se ha convertido ya en el recurso esencial de su pintura.

Cosida, desgarrada, reducida a andrajos, atada o abullonada en relieve, la arpillera conmemora desde luego las momias guanches, que habían fascinado al pintor cuando las descubrió en el Museo canario. Más que pintar sobre la arpillera, Millares la empapa con el negro, el blanco, el rojo. En el negro se aniquilan todos los colores en la fusión total: es el caos inicial y a la vez la muerte. El pintor escribía: "Todo es blanco y negro como una tensión entre la vida y la muerte". En cuanto a los colores , Millares declaró alguna vez que todos ellos le distraían; todos excepto el rojo, el color de la sangre. Porque el tema de su pintura es, con frecuencia, la carne humana y sus heridas abiertas. En uno de sus textos, Millares declara que el arte de hoy "sigue muy de cerca a la desesperación de nuestro tiempo" y "le cose sus heridas". Y escribe también: "El arte no puede ser el cómodo asiento de lo inteligible [...] sino el camastro pavoroso de los pinchos donde nos acostamos todos para echarle un saludo temporal a la aguardadora muerte". Como el título de este cuadro, Millares quería que su arte fuera un testimonio; no un mero levantar acta de las cosas que pasan, sino un activo y desgarrado compromiso. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 396).