Retratos razonados: Lezcano, 1984

Antonio SAURA (Huesca, 1930 - Cuenca, 1998)
- Óleo sobre lienzo -
130 x 97 cm

Aparte del rey Felipe II, con su efigie multiplicada, Saura ha convocado a otros espectros españoles o europeos de nuestro Siglo de Oro: el Greco y Frans Hals, Torquemada, Melanchton, Jerónima, o este Lezcano, inspirado en el personaje de Francisco Lezcano, el Niño de Vallecas, aquel célebre enano retratado por Velázquez. Se trata siempre, como ha señalado Francisco Calvo Serraller, de "retratos de retratos". Esto es, de cuadros que se refieren críticamente no sólo a la historia de España, sino sobre todo a otros cuadros, a la tradición de la pintura española.

En su discurso de investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Castilla-La Mancha, Saura aludía a algunas de las presuntas constantes históricas del arte español: el carácter sombrío, la economía de medios, la franqueza al servicio de la intensidad expresiva, una "elegante rudeza", "una cierta aspereza, una reducción emblemática, una afirmación de la presencia en desmerecimiento de lo accesorio, e incluso de las apariencias que lo sostienen, lo amplifican o lo vulgarizan". Esos rasgos pueden reconocerse en los retratos apócrifos de Saura. Ante todo, se limitan a una gama muy restringida de colores, donde el contraste dramático entre blanco y negro ocupa un lugar central. La simplicidad de la composición, despojada de lo accidental, contribuye a la eficacia expresiva. La crueldad de estos retratos imaginarios se impone a través de la distorsión de los rasgos; de lo que el propio artista llamaba la capacidad "deformatoria".

Cada uno de estos retratos, con sus ojos prominentes y su hocico dentado, es una especie de gorgoneion: la imagen de la cabeza cortada de Medusa que los griegos emplazaban en sus templos y en sus casas, con fines apotropaicos, es decir, como un amuleto protector contra las influencias maléficas. Estos monstruos, a la vez cómicos y terribles, son los personajes totémicos que guardan el secreto de nuestra propia identidad. Nos fascinan y nos repelen al mismo tiempo, provocando en nosotros esa convulsión de la mirada que Saura, fiel en esto a sus orígenes surrealistas, nunca dejó de buscar. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 416).