María Cristina de Habsburgo, Reina Regente de España, 1909 - 1911

José Bartolomé LLANECES (Madrid, 1864 - 1919)
- Óleo sobre lienzo -
142 x 88 cm

La futura Reina Regente de España había nacido en la Moravia austriaca en 1858. Educada esmeradamente fue elegida por Cánovas como segunda esposa de Alfonso XII. El Rey acababa de enviudar de su prima la Infanta María Mercedes de Orleans, Princesa que con su gracia y espontaneidad se había sabido ganar la simpatía y el cariño del pueblo lo que hacía, lo que hacía más difícil la elección de Cánovas. Aunque parezca poco apropiado este término, conviene recordar que, según la tradición, el propio Rey le espetó al entonces Presidente del Gobierno cuando le urgía a contraer nuevas nupcias por razones de Estado: ¡Busque Usted mismo la esposa!.

Cánovas acertó en su cometido, pues Doña María Cristina, mientras reinó Alfonso XII, se limitó a ordenar estrictamente la vida de palacio en la línea de austeridad y religiosidad con los que había sido educada. Muerto el Rey en 1885, ocupó la Regencia con una gran dignidad atendiendo tanto a la mejor educación de su hijo como al cumplimiento escrupuloso con su cometido de Regente de España. Supo salir airosa de la situación superando todas las dificultades que se le presentaron gracias el apoyo que le prestaron no sólo los dos partidos que siguiendo "el pacto del Pardo" se turnaron en el poder -conservadores de Cánovas y liberales de Sagasta- sino también a la caballerosidad y sentido de Patria y Estado de que hicieron gala en esta crítica etapa los republicanos y carlistas.

Cuando perdió la condición de Regente al alcanzar su hijo Alfonso XIII la mayoría de edad en 1902, supo cumplir también con su papel de Reina Madre hasta su muerte en 1929. Se retiró de nuevo de la política limitando estrictamente su cometido y haciendo de su vida privada un modelo de rectitud poco habitual en la historia de la España del momento. Lógicamente se granjeó el respeto y admiración de los españoles, en especial del personal que estaba a su servicio.

Con esa admiración y respeto la retrata Llaneces, prescindiendo ya de todo elemento o símbolo oficial. Este pintor madrileño tuvo que superar muchas dificultades para hacer realidad su vocación artística. Formado en la Escuela de Artes y Oficios, se va a trasladar a París después de un breve paso por la Academia de San Fernando. En la capital francesa entra en contacto con el grupo de pintores españoles, en especial Francisco Domingo Marqués, derivando hacia un tipo de pintura costumbrista y de casacones que además de cierto éxito y fama le proporciona una amplia clientela hasta en los países hermanos de América.

Esta fama le lleva a retratar a varias personalidades de palacio como las Infantas o la Reina Madre. Doña María Cristina está retratada con una gran serenidad y elegancia, sin ningún tipo de adulación, como una dama cualquiera pero con una gran dignidad y empaque, con una austeridad y sencillez que no rompen ni los encajes ni el collar de perlas de doble vuelta a juego con la pulsera y los pendientes. Ejecutado con facilidad y una gran libertad parece reflejar la huella de Domingo Marqués tanto en la concepción general como en la iluminación, pero también algunas de las características de Llaneces cual el tratamiento preciosista de algunos trozos como el encaje -detalle éste igualmente frecuente en su otra faceta de escultor- o el ramito donde las violetas son un modelo de perfección y de libre ejecución que hace resaltar aún más las defectuosas manos, sobre todo la izquierda. El éxito de este y otros retratos no impidió el suicidio del pintor en 1919. (Texto de Jesús Gutiérrez Burón, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 210 y 211).