Entrada de Roger de Flor en Constantinopla, 1888

José MORENO CARBONERO (Málaga, 1860 - Madrid, 1942)
- Óleo sobre lienzo -
350 x 550 cm

La descripción del tema representado en este cuadro es detalladamente recogida, desde antiguo, en los catálogos del Senado, lo que hace pensar en el propio pintor como autor de la misma, que se habría inspirado, según se hace constar en los referidos catálogos, en Un curioso viaje a Constantinopla, del judío-español Benjamín de Tudela, y en la Expedición de catalanes y aragoneses de Juan de Moncada, entre otros libros y documentos: "Fondo del cuadro: el puerto de Boucaleón". Recibía este nombre de un grupo en bronce que representaba la lucha de un toro con un león, y estaba sobre un pedestal dando frente al mar. Este puerto que formaba parte del recinto imperial lo destinaban los Emperadores para recibir a sus huéspedes. Estaba rodeado de palacios, destacándose entre ellos el de Blanquernas, por su inmensa riqueza; columnas y capiteles estaban cubiertos de oro y plata, donde se habían grabado todas las guerras ganadas por los ejércitos imperiales. Tenía aquel recinto una puerta que comunicaba con la ciudad, y de paso a ella va desfilando el ejército. / Al desembarcar, pasan por delante del pedestal, donde en un trono portátil de oro están el viejo Emperador Andrónico Paleólogo II y su hijo Miguel, con quien compartía el trono; aquél vestido de hagion y dibetesion, y éste de la clámide. Están rodeados de sus eunucos protospatharos, los jefes cubicularios, la guardia Spatharocandidateos, que iban armadas de rodelas y hacha, y demás altos dignatarios de la Corte; reciben a Roger de Flor, que trae las insignias de Megaduque, las cuales eran un alto gorro y centro en forma de largo bastón de oro; el caballo con arneses bizantinos; delante viene su paje con el casco de guerra (baúl). La sobrevesta de Roger es azul, con cadenas de oro sobrepuestas a la tela, siendo sus emblemas heráldicos por la toma de Mesina. A la izquierda de él, un ostiario (oficial encargado de las prestaciones) en un caballo blanco con ricos arneses de oro y con lazos o ligas bordadas en las patas. Detrás, un caballero con la bandera de San Jorge, patrón de Aragón, y banderas de la gente de Jimeno de Arenós y demás capitanes. En primer término, los almogávares armados venablos y machetes, precedidos de un adalid o guía. En el fondo, Santa Sofía y el Hipódromo, a donde se comunicaba el Emperador desde su palacio sin salir de la ciudad".

Esta pintura le fue encargada el pintor malaqueño con objeto de decorar el Salón de Conferencias del Palacio del Senado, donde ha permanecido frente a La Rendición de Granada de Pradilla. La elección de Moreno Carbonero se debió al extraordinario éxito que había obtenido previamente su obra La conversión del duque de Gandía (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), primera medalla en la Exposición nacional de 1884.

La llegada de ocho mil almogávares catalanes y aragoneses a Constantinopla en 1303, en auxilio del emperador bizantino que luchaba contra el amenazante poder turco, constituye una exaltación patriótica de la españolidad y de la defensa de la religión, más allá de las fronteras ibéricas. Ese mensaje ideológico hubo de presidir, sin duda, la elección del tema que, si bien tiene escasa presencia en las historias de España de carácter más castellanista, cobra una especial relevancia desde la perspectiva de la Corona de Aragón y, en particular, desde Cataluña. Ese componente de carácter "descentralizador", destinado a configurar simbólicamente un lugar tan emblemático como era el diseño que se estaba realizando para la Sala de Conferencias del Senado, hubo de contribuir, sin duda, a aumentar el interés por el argumento. De todas formas, la excepcionalidad del tema dentro de la pintura de historia no se corresponde con su fortuna literaria, que fue grande: a destacar los dramas Roger de Flor y, sobre todo, Venganza Catalana, García Gutiérrez.

Es una de las obras más cautivadoras y espectaculares que se llevaron a cabo dentro del géner. A destacar, su grandiosa escenografía, que debe mucho a otras obras similares, como la Entrada de Carlos V en Amberes (Hamburgo, Kunsthalle) de Hans Mackart, y, también, su peculiar sentido decorativo, que alcanza el refinamiento y la variedad de un maestro. Todo está, además, impecablemente pintado: impresiona la habilidad para reproducir todas las cualidades materiales del objeto, lo que revela su asimilación completa de los principios de la representación realista, que, por supuesto, incorpora también a las actitudes y gestos de los personajes, a pesar de que asisten a un acto tan excepcional como aparatoso. Las tintas claras y transparentes traducen una atmósfera limpia y pura, como si se hubiera pensado al aire libre. En efecto, tras documentarse en París, Moreno Carbonero captó directamente en Málaga los efectos de luz de sus personajes, haciendo posar a sus amigos del natural.

Pero, aparte de su contenido ideológico y su espléndida ejecución técnica, Moreno Carbonero se revela en esta pintura sorprendentemente próximo a algunas poéticas finiseculares, utilizando el expresivo contraste visual y conceptual que se genera entre los bárbaros mercenarios, encarnación de la fuerza brutal, fiera y primitiva, y el lujoso poder bizantino, a la vez opulento y decadente, como un mecanismo sutil de seducción y, a la vez, de contradicción.

Aunque, por el destino previsto desde su inicio, no fue una pintura que alcanzase tanta repercusión entre sus contemporáneos (sólo estuvo en la Exposición Internacional de Munich de 1888, a diferencia de otras del género), los testimonios que nos han llegado revelan una satisfacción unánime. Peñaranda escribió que, ante ella, "el espíritu se abstrae y la mente se transporta al momento histórico ... y se debilita la noción del tiempo que vuela ...; tan perfecta es la ficción del pintor ... que la razón se extraña de que no haya cambiado aún la actitud de marcha de aquel galope de almogávares, a través de cuyos trajes se adivinan, se ven las carnes y los músculos en tensión y en movimiento, y alrededor de los cuales se aspiran y se sienten las caldeadas ráfagas de la atmósfera y las palpitaciones de la vida". El 20 de enero de 1889, unos días después de anunciada su exhibición, el Senado dió un homenaje al pintor, y aumentó el precio de 15.000 pesetas, fijado inicialmente, hasta 40.000. (Texto de Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 286 y 288).