La conversión de Recaredo, 1888

Antonio MUÑOZ DEGRAIN (Valencia, 1840 - Málaga, 1924)
- Óleo sobre lienzo -
350 x 550 cm

Esta pintura representa el momento en que el rey visigodo Recaredo abjura del arrianismo, hasta entonces la religión oficial de su reino, en presencia de su esposa, la reina Badda y del arzobispo Leandro, a la izquierda, coronado por el nimbo de la santidad. El monarca está colocado sobre una plataforma que parece de bronce dorado, en cuya base se lee una inscripción que hace referencia al lugar, la basílica de Santa Leocadia de Toledo, y la fecha de la ceremonia, el 8 de mayo del 589.

Muñoz Degrain dejó testimonio de una carta de sus preocupaciones arqueológicas y representativas, tan propias del género, a la hora de concebir la pintura. En su opinión "todo asunto histórico exige... un estudio detenido, no sólo de la historia política y social, sino también de las costumbres, la indumentaria, la manera de ser y los detalles más nimios". Por eso se lamenta de su escaso conocimiento de los visigodos, limitado a las coronas votivas de Guarrazar, y asocia con ellas la época paleocristiana y bizantina, por lo que se sirve, también, de los mosaicos de San Vital en Rávena y los de Santa Sofía en Constantinopla. Explica la colocación de algunos nobles, en primer término a la derecha, que presentan al rey "las ofrendas del oro, la mirra y el agua que purifica y redime"; advierte que "detrás del trono presencian el acto, desde una galería, damas y caballeros de la corte (Díez García ha identificado el modelo del noble barbado en la cabeza de anciano del cuadro de Veronés, Jesús entre los doctores, del Museo del Prado), y en el fondo, por encima de los tapices que limitan el recinto, se ven los mosaicos polícromos de cristal y oro que adornan las paredes del templo de Santa Leocadia". Justifica, asimismo, la licencia histórica de haber colocado a San Leandro en lugar preferente pues "aunque ocupaba el tercer lugar después del Metropolitano de Mérida ... fue el alma del Concilio y tomó parte principalísima en la conversión de Recaredo". De todas formas, aparte de esta explicación, recogida desde antiguo en los catálogos del Senado, otras fuentes históricas, algunas de las cuales también aparecen en los mencionados catálogos (en concreto el Diccionario portátil de los concilios, de Francisco Pérez Pastor, Las glorias nacionales, de Ambrosio de Morales, o la Historia de España del Padre Mariana y la de Modesto Lafuente), dan puntual cuenta del mencionado acontecimiento.

Este cuadro le fue encargado al pintor valenciano con objeto de decorar el Salón de Conferencias del Palacio del Senado, donde estuvo antaño, junto a la Entrada de Roger de Flor en Constantinopla. La elección de Muñoz Degrain para su realización se debió al extraordinario éxito que había obtenido previamente su obra Los amantes de Teruel (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro), primera medalla en la Exposición Nacional de 1884. Con este tema, los comitentes senatoriales quisieron subrayar la importancia simbólica que concedían a la unidad religiosa, impuesta por Recaredo, que en la historiografía del siglo XIX había sido interpretada como la primera manifestación de la unidad de España.

Desde un punto de vista formal, es una obra extraordinariamente audaz en cuanto a su ejecución, aunque responde a la delirante imaginación artística que es habitual en la etapa de madurez del pintor valenciano. La materia pastosa, como dada a brochazos, en la que destacan los estridentes efectos refulgentes del raso carmesí y del amarillo broncíneo, se extiende por todo el lienzo para producir una extraordinaria suntuosidad cromática global, que sugiere una ceremonia misteriosa y alucinante, más allá del hecho concreto que describe. Los elementos arqueológicos no sólo son impropios y anacrónicos, sino que, utilizados con tal desmesura acumulativa, terminan por generar un agobio sensorial, inusitado dentro del género, pero profundamente incardinado en las corrientes finiseculares más avanzadas. Por eso La conversión de Recaredo es una obra excepcional dentro de los parámetros habituales de la pintura de historia, más cerca de la emoción y el delirio, gestados en elementos plásticos, aunque también temáticos, que de la evocación edificante de un suceso patrio.

El Museo de Bellas Artes de San Pío V de Valencia conserva un boceto de esta pintura, asombrosamente sumario, con grandes manchas yuxtapuestas, de intensos y alucinantes colores.

El cuadro, que, como otros de la serie, apenas tuvo proyección pública contemporánea (Estuvo en la Exposición Universal de París de 1889), fue, no obstante, acogido con extraordinario entusiasmo por los comitentes senatoriales, que acordaron doblar el precio previamente estipulado. (Texto de Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 290 y 292).